Los asuntos sobre sostenibilidad se han tornado como el eterno debate. Está muy bien luchar en contra del cambio climático y hacer de nuestro planeta un lugar mejor para todos. Esto es irrefutable e incuestionable. El debate se origina en las medias que se empeñan en tomar y que tomemos para frenar ese inminente cambio y los plazos propuestos para lograrlo. De entre todas las medidas propuestas, la que más dilemas plantea, tanto a título personal como gran escala, es la de los vehículos sostenibles. Si partimos de la base de que, en base a todo lo que se nos cuenta sobre sostenibilidad, pocas cosas lo son verdaderamente porque detrás siempre existe la archiconocida huella de carbono, los coches y otros medios de transporte, seguramente no lleguen a ser nunca sostenibles.
Con independencia de ello, de si tu coche es hibrido, eléctrico, diésel o gasolina, lo que si es cierto es que siempre habrá que aparcarlo en algún lugar como por ejemplo los parking de lujo como Núñez de Balboa 52 Orbit Parking. Eso sí es una realidad tan incuestionable como el cambio climático. No obstante, lo mejor es dejar el coche, o vehículo en cuestión, en el citado parking o cualquier aparcamiento y moverse a pie. Eso es sostenible, saludable y no emite ningún tipo de emisión.
Pero aquí no vamos a hablar sobre las bondades del ejercicio físico y lo importante que es caminar para el organismo y la sociedad, vamos a hablar sobre si el vanagloriado coche eléctrico es verdaderamente sostenible o no. Porque en torno a este tipo de vehículos existe una leyenda (no lo es hoy pero lo será) y es que es el vehículo del futuro, el más sostenible y ecológico y, por tanto ha sido erigido como el símbolo más popular de la acción individual (aparte de caminar) en la lucha contra el cambio climático.
Conviene matizar que, para los que no lo sepan que son muchos, son numerosos los expertos que consideran que tal énfasis en la responsabilidad personal no es otra cosa que una distracción promovida por las grandes corporaciones (la evidencia nos dice que son algo más de cien empresas las que generan el setenta por cien de las dichosas emisiones de gases de efecto invernadero) y, que el concepto de huella de carbono y su calculadora, no son más que el efecto de una estrategia publicitaria de un gigante petrolero mundialmente conocido: BP. Pese a este dato tan relevante, lo cierto es que millones de ciudadanos de todo el planeta, se han sumado a la movilidad eléctrica o hibrida, influenciados por la idea de que el transporte constituye la cuarta parte de las emisiones globales. No obstante, la misma transición, necesaria para abandonar el uso de combustibles fósiles, cuenta con doble filo que merece recibir un análisis crítico de la cuestión.
Datos que dicen lo contrario de lo que nos quieren decir
Y es que es así. Pretenden decirnos una serie de cosas (bueno, no pretenden, nos las dicen y ahí queda) apoyándose en datos que ratifican lo contrario. Si tenemos en cuenta que los transportes, en todas sus modalidades son los responsables de ese veintiuno por ciento de las emisiones globales y de ese porcentaje, un setenta y dos por ciento se deben al transporte por carretera, mientras que la aviación se queda en un escaso diez por ciento, poco más que la navegación, nos queda un cuarenta a cuarenta y cinco por cien para los coches, seguido de los camiones pesados y medianos que se quedan en un veintidós a veintinueve por cien de esas emisiones. Como podemos observar estos datos no cuadran muy bien. Si bien es cierto que durante la pandemia, pudimos comprobar un retroceso en esos datos, pues los confinamientos redujeron esas emisiones en gran medida, el efecto rebote ha sido peor que el de una dieta yo-yo.
Podemos seguir con esta línea en la cual los datos son extrañamente confusos en cuanto a los porcentajes de quien emite más gases nocivos y en qué medida, extrapolándolos a otro terreno para confundir al común mortal. Sin embargo, vamos a concluir esta parte alegando que es cierto que los diferentes medios de transporte contaminan y mucho y que, parece ser que los vehículos privados son los que más contaminación generan en comparación con otros medios. Por esta razón, se pretende inculcar a los ciudadanos un cambio en la manera de desplazarnos y movernos por el mundo. Todo esto, esta fenomenal. No es para nada negativo inculcar otras costumbres menos perniciosas, pero ¿no pretenden más bien cambiar los hábitos de consumo y dirigirlos a otro tipo de productos?
Frente a la contaminación que producen los coches de combustión interna, se plantea una solución que parece la panacea. El coche eléctrico se nos vende como la solución definitiva al cambio climático y las emisiones de gases de efecto invernadero. Llegados a este punto, cabe la duda planteada en el párrafo anterior. Me quitas una cosa para venderme otra igual. Porque a fin de cuentas, le parque de vehículos eléctricos aumenta exponencialmente pero no parece cambiar nada. A decir verdad, los expertos no están de acuerdo en esta cuestión. Este cambio no es suficiente para recortar las emisiones de los combustibles fósiles y colocar el transporte en la ruta adecuada que nos lleve a la descarbonización de la sociedad. Deberíamos aceptar que nuestra sociedad esta quemada y lo primero que hay que hacer, es enfriarla para pensar con mayor claridad y determinar medidas coherentes.
La dudosa sostenibilidad del coche eléctrico
Expertos en sostenibilidad, procedentes de universidades de renombre como la de Lund en Suecia, han dedicado su tiempo a recopilar datos y estudios previos sobre sostenibilidad para calcular el impacto de las acciones individuales capaces de aliviar la emergencia climática. Concretamente, querían saber hasta que punto, las medidas recomendadas a los alumnos a través de los libros de texto, eran eficaces de cara al recorte de las citadísimas emisiones.
Entonces, los expertos en sostenibilidad se encuentran con un gran descubrimiento: las medidas identificadas en los diferentes estudios como las de mayor impacto frente al cambio, solo suponen el cuatro por cien de las recomendaciones hechas a los adolescentes. Traducido, viene a decir que países tan contaminantes como Canadá, EEUU, Australia o la Unión Europea, centran sus recomendaciones en las acciones que menor potencial de reducción de emisiones poseen. En lo referente al uso del coche, los datos revelan algo sorprendente (para los escépticos no tanto): cambiar de un vehículo convencional a uno eficiente, puede conseguir una reducción de emisiones de uno con diecinueve toneladas de CO2 al años; en tanto que un coche eléctrico emite una media de uno con quince toneladas de CO2 al año. La medida más eficaz entre todas las que han sido identificadas, es prescindir totalmente del coche.
La realidad es que los coches eléctricos no están libres de impacto ambiental. La extracción de las materias primas necesarias, su fabricación, el transporte, la energía necesaria para que funciones y la gestión de los residuos una vez finalice su vida útil (incluyendo las baterías que merecen mención aparte), dejan una huella de carbono considerable en forma de contaminación y emisiones de efecto invernadero. Eso no se nos cuenta cuando nos quieren vender el coche eléctrico o nos impiden acceder a ciertas partes de la ciudad con vehículos de combustión interna.
Un aspecto clave para conocer el resultado final de la ecuación, es decir si realmente son sostenibles, es saber si el ciclo de vida útil de estos vehículos es realmente una ventaja frente a los convencionales.
Vayamos por partes y veamos como ya desde el primer paso de la fabricación de coches eléctricos existen problemas que no discrepancias, puesto que parece haber concordancia: la extracción de materias primas y fabricación de los eléctricos e híbridos, tiene un mayor coste a nivel ambiental que la de un coche convencional. La huella se debe sobre todo a la minería de los metales, tierras para las baterías de ion litio que consumen mucha energía y liberan compuestos tóxicos. A esto hay que sumar que el peso de las baterías obliga a los ingenieros a introducir en los vehículos materiales más ligeros y costosos energéticamente y, para concluir con su ciclo, el coste ambiental que supone su reciclaje y gestión de residuos. El Parlamento Europeo reconoce que producir y desguazar un coche eléctrico es mucho menos ecológico que hacer lo propio con uno de motor de combustión.
Entonces vuelve a surgir la duda: “¿de qué va todo esto? Los mismos que me dicen que compre el coche eléctrico, aseguran que no es ecológico, pese a que durante su funcionamiento emite menos gases de efecto invernadero”. La controversia está servida y parece que servida se va a quedar hasta que se enfríe el plato de la supuesta sostenibilidad.
Aunque existen otras propuestas, otros planteamientos y algunas posibilidades para avanzar hacia un mundo mejor, lo cierto es que las continuas contradicciones en las vivimos inmersos, invitan a pensar que la realidad que vivimos, la que nos cuentan y la que es, no tienen nada que ver. Puede que el coche eléctrico sea el futuro, puede. Pero será por otras razones alejadas de la supuesta sostenibilidad.